CÓMICO - RAFAEL ÁLVAREZ ``EL BRUJO``
Todo comienza con una silla, sobre la que reposa un libro, y un foco iluminando la escena. Entonces aparece El Brujo entre bastidores, sonriente, como quien pasaba por allí, y se queja de los pocos medios con que debe levantar su obra. Tampoco se necesita mucho más para hacer teatro, y ésa es la metáfora de la que se sirve Cómico: la desnudez de las líneas maestras de cualquier idea, previa a su vestidura intelectual.
Y allá abajo, en la oscuridad, el patio de butacas es crítico, exigente. Sin embargo, quienes asisten a un montaje de El Brujo constituyen siempre un público cómplice, fiel al formato que desde hace años conforma la particular marca de identidad del cómico. Y es que ver a El Brujo es mirar a los ojos a la Historia del teatro de nuestro país. Su forma de hacer las cosas ―herencia del Nobel Dario Fo― es un subgénero en sí mismo en las tablas españolas. Muchos le deben gran parte de su educación sentimental escénica. Y como testigos privilegiados de su larga trayectoria, no es extraño que algunos asistentes lo interpelen o celebren algún comentario en voz alta, muy en consonancia con el tono de corral de comedias que rezuma la función.
El Brujo hace fácil su trabajo a los ojos del espectador, como si improvisara en todo momento. Su talante es natural y afable. Y sin embargo es capaz, en momentos destacados del espectáculo, de declamar unos versos de Santa Teresa de Jesús o de Quevedo, proyectando la voz con la gravedad de los grandes actores dramáticos, para segundos después gesticular, como fuera de sí, enhebrándose en la máscara de la tradición mímica.